miércoles, 3 de marzo de 2010

Como anillo al dedo


Elisa piensa: “Así me viene la vida”. Ajuste perfecto, con un leve giro libertario de la perlita que se coloca donde mejor le cae… como al descuido. Así la vida da vueltecitas, se acomoda, y los engarces pasean y dan muchas oportunidades para ver la joya de distintas formas.
Reluciente, tibia, la vida acaricia y va mostrando, por qué atrapa, por qué no queremos irnos, aún enfermos, aún solos, nos aferramos a ella hasta el ocaso.
¿Es de zafiro blanco? ¿Es de amatista? ¿De jade o rubí? ¿O de diamante? Miles de joyas son posibles y tantos otros engarces, en los más lujosos o los más humildes materiales. Porque en ella late el oro y el platino, la plata y la alpaca, el cobre y el latón, y todos, todos, en algún momento brillan. Unos seguirán brillando pase lo que pase, otros se volverán opacos y al cabo se ennegrecerán, manchando lo que tocan. ¿Se pueden arreglar?, algunos sí, con esmero, podrán volver a brillar, otros, carcomida su superficie, demasiado porosa, no volverán a hacerlo jamás, dieron lo que tenían. No hemos de pedirles más. Elisa no pide más, sólo espera, mientras vive, que su anillo no le ajuste demasiado, que le permita volteretas, que le regale brillos… y facetas.

Cada día se despierta, se despereza, refresca sus articulaciones y sale de la cama despacito, para no despertar los temores que andan por allí, agazapados tras las cortinas. Ella los deja seguir durmiendo, es temprano aún. Se quita la ropa de dormir, y a la ducha para que el agua renueve el pacto con su piel, para despejar su cabeza y ahuyentar los últimos rastros de sueño, “despabilate mujer, que hay mucho por hacer”.
Café con leche, tostadas y mermelada, el ritual del desayuno apacigua su alma, le brinda el comienzo perfecto, todo en silencio, su rostro reflejado en la superficie de la taza. El aroma de las tostadas invade la cocina y ella lo aspira, lo disfruta, pequeñas grandes cosas. Piensa mientras desayuna, ha renunciado a la radio, sólo a veces escucha música y se menea a su ritmo, se deja llevar, falta poco para ir al trabajo, una jornada más.

Uy! La hora que se hizo! Rápido, los dientes, el perfume, venga esa blusa, con los pantalones a medio poner, un toque de labial y delineador, y el pelo… ¡el pelo! Mi Dios, bueno, como decía doña Elida, “Andá que no se nota, caminando ligero y con el ruido de los autos, nadie se fija” Sabia doña Elida! La cartera, acá, ¿la llave? Pero ¿dónde la puse? Todo o casi todo aparece en el momento exacto… exactamente diez minutos después de la hora en que tenía que haber salido. Elisa, Elisa, lo tuyo es patético… Sale y el sol ya calienta, hay brisa, alguna nube, una regordeta se burla del sol y amenaza taparlo. Elisa piensa - desafiando a la nube -, “no lo lograrás”, él estará cuando tu te derritas. Camino a la parada constata que hay pistas de otoño, camina a paso raudo y seguro, una nueva y rozagante jornada.

Llega a la oficina, “Vení a la hora que quieras dice Alicia” y le sonríe con el mate pronto… Elisa ensancha una sonrisa y se la dedica con cariño…Te voy a extrañar cuando me vaya, voy a extrañar todo, la silla, el escritorio, los corredores llenos de bullicio a veces, llenos de silencio otras tantas… La complicidad de las compañeras: ¿Ya encontraste el amor de tu vida?, ayer, dice Elisa, es él, no cabe duda! ¿Cómo lo sabés? Porque tiene los ojos y la sonrisa perfecta, porque me gusta lo que dice, cómo se mueve, es inteligente y además, lindo! Su amiga la mira incrédula… ¿es casado? ¿es gay? ¿es marciano? Elisa la mira con pena y le dice, “Nena, creo que te aprieta un poco el anillo”

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