martes, 27 de noviembre de 2012

Gente y árboles


Nunca los árboles están quietos ni tienen el mismo sonido. Todo los conmueve, el viento, un pájaro que hace nido, un niño que juega con sus ramas. Del mismo modo, la gente nunca está quieta y siempre suena distinto. Y suena y resuena, tapando y destapando almas. Es como una corazonada, de que las personas somos un poco como los árboles, por ejemplo, imaginemos humanos de hoja perenne o caduca, frondosos o ralitos. Los verdes, vanidosos, no entienden el desabrigo de los ocres, se burlan acaso de la rama desnuda, sin sospechar que ella está aliviada. Los pinos están siempre a cubierto y abrigan también a quien haga falta. Se prodigan desde lo profundo de su mata de hojas sobre la piel sensible. En cambio los otros, los que quedan desnudos cuando más frío hace, están concentrados en sobrevivir, en fortalecer su rama, no se distraen ni para albergar un nido. Cualquiera que sea, es un trabajo duro, y que no vaya a creer ninguno nadie, que la lleva fácil cualquiera de ellos, árbol o humano.

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