miércoles, 26 de septiembre de 2012

Lastre


De fríos intensos la agrietada frente, cargas, fríos, grietas, tira el lastre.
Camaleón desteñido, te descubro, el alma desollada. Salen de allí los demonios y lenguas a cortar aires. Sin respiro, como piedra, abandonada la apacible piel en un camino antiguo, algo rompió para siempre tu cordura.
Harías cualquier cosa con tal de no volver al miedo. Miedo ancestral que a gritos de taladro, te abre los ojos en la noche, rasgando la ternura sin piedad.
Miedo a morirte, o a que te mueran.
Callas mirando esa pequeña vida, que tiembla aún entre tus manos, hombre solo, rugosas manos.
Hace ya tiempo caminas oscuro, el vientre disociado, el corazón descalzo.
Y no porque lo mires el cielo está más cerca.
Y no porque lo encierres, se esfumará el pasado.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Tu patio y tu refugio


Te atraviesan calles desoladas y veredas sólidas que confluyen en maravillosa esquina. Cualquier brote te distrae y da por tierra con el gris marrón de todos los inviernos. Esos que te habitan en silencio, esperando que estallen los malvones con su belleza simple. Hoy el sol te permitió ver las paredes de las casas, con ladrillos rojos y piedra laja, iguales a las casas de tu infancia, prolijas y a dos aguas, con chimenea y cerca.
Hoy el sol atravesó los tiempos, los vivos y los muertos, y te roseó la cara, nariz arriba y ojos abajo. Se te colaron primaveras sepultadas en pasillos y escaleras, donde alguna vez te erizó la nuca, mi roce descuidado. Después se encapotó, detrás de una palmera asomó el gris de nube rancia y deseaste estar en casa. Cerradas las cortinas del viento, se torna amigable la humedad del patio, las baldosas relucen reflejando voces que ya quedaron lejos más no mudas, porque vuelven cuando gustan, a veces a pasearse por tu cara, a veces a llorarte los recuerdos. De tu piel dulces vapores, caireles de tu alma, que adornan tu cabeza acariciada, tu boca por brisas tan besada.
Construiré un andamio bien armado, que se cuelgue firme de tu peso, caminaré trepando si es preciso, y llegaré a poner faroles en tus calles, pespuntes de vereda y flores en tu esquina. Empujaré los brotes para solear tus ojos y te daré malvones y alegrías... Para que tu pasillo coincida con el mío, para que tiemblen bajo nuestros pies los mismos escalones. Y seré tu casa, tu patio y tu refugio, verdeando de palmeras.