miércoles, 17 de julio de 2013

Así es la vida

Cuando yo era chica pensaba que los ladrones no existían, que eran de ladrillo por la sombra que se proyectaba en la pared, en una serie de TV que ni me acuerdo cuál era. Que el destino estaba escrito en alguna parte, decía mi abuela, que la gente se amaba para siempre y que el tren y el teléfono estaban desde siempre y para siempre, como el agua, como mi casa y la escuela. Que mi padre estaba en el cielo y que nos miraba desde arriba, que cuando fuera un poco más grande iba a ir a Bariloche con mi tía y mi hermana. Tenía la certeza de que ser pobres era lo más natural del mundo, que eso le pasaba a mucha gente, y que los ricos eran ricos porque así debía ser. Mi tía abuela, la Nina, decía que había señores que tenían fábricas y obreras como ella y mi abuela, que hacían las medias, todo por una razón: “Así es la vida”.
La Nina se murió sin ir a Bariloche y los amores se terminaron. Desapareció el tren y dejé de creer en el cielo. Así que mi padre fue reubicado en mis adentros, junto a todos los que se morían. Crecí criticando todo lo que me habían enseñado, discutí con todo el que se me pusiera al paso y leí mucho. Se me fue dando vuelta la cabeza y el corazón se alineaba (o sea, daba vueltas). Tuve más de cuarenta años para poner a prueba todas las hipótesis que me formulé de adolescente. Algunas las validé, otras cayeron por su propio peso. Ahora tengo cincuenta y dos, y las cosas mucho más claras. Por eso y sólo por eso, quisiera volver a ser ingenua, volver a creer en el cielo. Eso me daría las certezas y la paz que a veces pierdo. Como ahora, mientras escribo esto y lo cuento, no sé por qué, no sé por cuánto, antes que cambie de opinión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios me ayudan a aprender