sábado, 6 de julio de 2013

Un canto con sollozo.

Aquellos días llenos de señales, un fulgor. Cada pisada que te anduvo marcó huella. Cada voz que te rozó, desplegó en tu penacho mil colores. Presagio de la luna, canto crecido, tus ojos en la niebla. Como faros. Si anduve ese trecho sin cota de malla, no lo lamento. Si no vuelve la luz de tu farol, está el rescoldo. Vida poblada de rumores, de trocitos de sal, mil armonías. No te fuiste de la zona que poblabas. No saliste de la línea del recuerdo. Un poco de agua en mi ventana, una flor en la noche, enamorada de ternura y canto, sedienta de final con beso. Anduve yo por ti y me habitaste. Pasajero atónito, maleta pronta. Voz, la tuya en la mañana, un canto con sollozo, no te enteras. No hay andenes, ni aeropuertos, no hay pañuelos en el aire. Son adioses sin decir, simples naufragios, de tablas, de madera liviana, tu balsa. No camino tras tu pié, me lo aprendí al dedillo. No respiro por tu boca, me la quedé bebiendo. Si hay un rastro en la escalera, es un crujido. Es un volar de amapolas cascarrabias, es un ruido agazapado en mis almohadas, ruido de pliegues y tardes apresadas. Y como todo vuelve, acá tu nombre, adornado de lazos y claveles, recortando un silencio no esperado, que se pronuncia solo en su desdicha. Camaleón, deja tu garbo para mejores fines, no ves que te descubro?

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