viernes, 30 de agosto de 2013

Adivinando un ruido

Quietas, al lado del cajero están las vías. Los durmientes se adivinan bajo la piedra gris, suelta y despejada. Esperan el tronar del ferrocarril. Y yo me quedo mirando, adivinando un ruido, una señal. Los que van para Las Piedras están de fiesta. Yo pienso que cuando pase, me voy a tomar el tren hasta Sayago, sólo para mirar por la ventanilla y escuchar el traqueteo atareado de los vagones. Mi infancia, los viajes a Tacuarembó a ver a mi abuela, sirena esperada, pileta empotrada en la pared... y las literas donde no es posible dormir sino mirar la noche, soñar despierta, con ansias de cometas del tío Luis, con el sabor del dulce de leche de la abuela Tea.  Tan lejos en el tiempo, tan cerca en mi memoria. Mi madre, mi hermana y las valijas... la calle Doctor Catalina y el fondo verde, recuerdo el silencio de la siesta y poco más, era demasiado pequeña. Pero el tren, ah! El tren se quedó por siempre a detonar nostalgias.

viernes, 23 de agosto de 2013

Ventilar silencios

Escombros de silencio tapando cielos, luces que no andan, contratiempos.
Revolver en las cajas, desordenar cosas y argumentos que fueron convincentes, tal vez en otro texto. Decires en cojines, amordazados en algún lugar del cuerpo.

Arrancar los abrojos del recuerdo, y pulir con mano suave ese deshielo. Rostros acuartelados, en busca de elocuencia, renglones donde anclar, la lumbre de algún fuego. Hoy, las escuché sin verlas.  Palabras que salían al paso, de todos los costados, bañadas de silencio. De pronto un sacudón y desde el fondo, llegaron en reflejos, humedades antiguas, voluntades de aireo. Se me antojó salir a ventilar mudeces a sorbos de buen tiempo. Emocionar la palabra cruda, embellecerle el cuerpo. Y en eso estoy, pensando y dejando resbalar cuestiones a mis dedos.

martes, 13 de agosto de 2013

Crudo invierno

De grandes “penas y olvidos”, de agujeros negros. Abecedario desconsolado, cincela la pared de tu memoria. Tanta fragilidad confunde miedo, lenguas de fuego y frío extremo. No tuviste chance de gritar su nombre, no le llevaste flores a los muertos. Te quedó pendiente aquella cita, te negaste a respirar su cuello. Te fuiste a dormir con ojos secos, tapando con la almohada tantos huecos.
Por no mirar sus ojos, calaste tu sombrero. Parapetado y triste, sin mucho por qué hacerlo. Un transeúnte más, bastante ciego, con una oreja sola y en silencio, recorre a paso lento, el tramo conocido y descontento. Se fueron los colores de tu mano, se te desbarató el tiempo. Mejor no decir nada, sólo tragar saliva y seguir yendo, pensando que está frío, crudo invierno...

sábado, 3 de agosto de 2013

Con tu nombre

Hoy, cuando vuelvas a casa, quedate con mis rastros. Mientras, yo tatuaré tus piernas rodeando mi cintura. Hay un cielo arriba y otro abajo de tu almohada, una delicada presencia, un tumulto. No puede la fuerza de un destino impropio, quitar la huella de tus dientes. No tiene frío la mano temblorosa, tiene sosiego cuando señala la cruz de tu pecho y el ombligo. Tal vez me ría del que predica buenaventuras, acaso mienta. Te veo en la oscuridad que me pretende, algo suena, es una alarma fijando el tiempo, yo escucho lo que puedo, cambia el registro. No puede el náufrago con la marisma, ni aquella sombra, tu desvelo. Mete miedo el piso que cruje bajo tu pié, siguiendo el ritmo. Mete miedo el beso desmesurado, los ojos tendidos a la luz solar, cubre tu rostro. Que nada te lastime, que te caminen flores por el vientre, que te arrullen los ruidos de la ciudad intemperie. Porque no puedo yo, evitar tu duelo, porque no puede el rocío de la mañana verlo. Tejo una manta, de lana cruda, con los colores que me trae tu nombre, una fragancia, un diezmo. Atardece en tu vida, comensal sabroso. Los ocres de tu otoño caldearán mis neblinas. Y se podrá, con tiempo, andar a rastras por la ciudad dormida, con tu nombre por bandera, con tus ojos por medida.