jueves, 25 de septiembre de 2014

Déjate mojar la cara

Si te enmudece la ira, sal a la calle. No le permitas quietud, avanza contra ella en un mar de preguntas. Por qué vienes? Quién te trae? Qué razón defiendes? Ella tendría que saber, tendría que poder decir donde tiene las raíces, comprobarás que no sabe y no responde nada. Es engañosa y confusa, te remueve el alma y la evapora un poco, con su calor de rabia. Hay que tomarle los puntos y hacerlos suspensivos. Una receta infalible: Descomponer la llama en pequeñas chispas. Sí, tal cual. De esas que no queman nada, que son pura bulla. Porque si te descuidas, con su tenacidad de araña, envuelve todo lo que sale a su paso, teje, en doble línea va entrampando las partes de las cuales se componen tus cosas. Juega con tus portones la telaraña lista para la cacería. Y caza, caza sinceridades y caza besos. Es una predadora, no lo olvides! Te deja especulando odios, sinsabores, trastos viejos. La ira no repara nada, es descuidada y maligna. No sabe dar consejos, no está para eso, dice. Ella sólo viene cuando hay que rematar algo, un pensamiento o un sentir, una vuelta de la vida. Usa su fuerza contra ella, se quedará pasmada, sin saber nada, ni de donde vino esa manta paz que la va cubriendo hasta apagar su llama. Hay muchos lugares donde encontrar con qué tejerla, la manta. Hay fibras de calma en cada hoja, en cada planta, en un abrazo, en dos palabras, por la vereda de tu casa. Si sigues caminando un poco, hallarás más fibras, es seguro. No hay que comprarlas ni mandarlas hacer, ya vienen prontas para disipar rabias. Busca en tu manojo de recuerdos, déjate mojar la cara. Tararea una canción, eso la mata.

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