Hay palabras que se quedan trancadas en la panza. Como recorrieron un
trecho desde que fueron leídas, ganaron carrera y llegan con toda la
fuerza de lo bello, esparciendo su onda en anillos temblorosos por
los costados y hacia el centro del pecho. Son inesperadas y por lo
mismo, te dejan la sonrisa boba y te traen de nuevo el rubor
adolescente. Ah, la vida. Esconde en cada recoveco una sorpresa, bajo
la pata de la mesa, en la ventana del lavadero, en la vereda con
caries de baldosa.
Hay palabras que
tienen colores a tus ojos, y te das cuenta que, por más que pasen
los años, te siguen conmoviendo como si tuvieras 20. Y es que el
alma no sabe de cronologías.
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