Con una
estatua en el hombro va mi hombre sin plegarias. En su vigilia clarean los ojos
de madrugada. Camina solo, pensando, qué credo trae estas aspas, que cortan
fiero en la carne de la gente con nostalgia. Sin fe ni más redención que los
labios al besarla, le golpea la fatiga, le sorprende la esperanza. De poder
tocar su pelo, de sembrar fruta en su palma, de que llueva mucho y largo, para
cerrar las ventanas. De poner leña en la estufa y de abrigar sus mañanas.
Olvida,
ruego que saques de su candor las tenazas. No la pienses, no la digas,
rastrilla de tu consuelo ese verso que te abrasa. No lleves en romería los
despojos que te espanta. Si miras por un momento, el verdor de mi ventana,
tendrás canciones y flores, y espigas bien enraizadas. Que yo quiero
prodigarte, desvelos y madrugadas, con
rostro de amor eterno, de besos acariciadas. Que yo quiero remirarte y
cambiarte la pisada, para que vengas muy cerca de mi balcón, de mi cara.
Hombre
tengo mil perdones para gloria de tu alma. Te tengo algunas certezas, pocas
pero bien rumbeadas, y mil o dos mil cien dudas, y verdes hojas con savia. Acaso
no puedes ver, el camino de mi cuadra? No te preocupes ahora, no te preocupes
mañana... Yo te espero hasta que alivies, ese peso de tu espalda, yo te espero
hasta que llegues, hombre, te espero en casa.
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