viernes, 24 de abril de 2015

El verdor de mi ventana

Con una estatua en el hombro va mi hombre sin plegarias. En su vigilia clarean los ojos de madrugada. Camina solo, pensando, qué credo trae estas aspas, que cortan fiero en la carne de la gente con nostalgia. Sin fe ni más redención que los labios al besarla, le golpea la fatiga, le sorprende la esperanza. De poder tocar su pelo, de sembrar fruta en su palma, de que llueva mucho y largo, para cerrar las ventanas. De poner leña en la estufa y de abrigar sus mañanas.

Olvida, ruego que saques de su candor las tenazas. No la pienses, no la digas, rastrilla de tu consuelo ese verso que te abrasa. No lleves en romería los despojos que te espanta. Si miras por un momento, el verdor de mi ventana, tendrás canciones y flores, y espigas bien enraizadas. Que yo quiero prodigarte, desvelos y madrugadas,  con rostro de amor eterno, de besos acariciadas. Que yo quiero remirarte y cambiarte la pisada, para que vengas muy cerca de mi balcón, de mi cara.


Hombre tengo mil perdones para gloria de tu alma. Te tengo algunas certezas, pocas pero bien rumbeadas, y mil o dos mil cien dudas, y verdes hojas con savia. Acaso no puedes ver, el camino de mi cuadra? No te preocupes ahora, no te preocupes mañana... Yo te espero hasta que alivies, ese peso de tu espalda, yo te espero hasta que llegues, hombre, te espero en casa.

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