INESPERADO
Algo
está sucediendo. Alguien le sucede. Fue una sonrisa que le pasó
cerca. Un perfume que lo levantó en el aire. Y allí quedó
suspendido de anhelo. ¿Qué es eso de devorar el celular destripando
el correo? ¿Qué es eso de revisar veinte veces el WhatsApp
para ver si está en línea? Esto es ridículo, se sermonea. Que le
venga a suceder a estas alturas que se le acaramele el alma pasados
los cincuenta. ¡Haberse visto!, tironeado del jopo por una sonrisa,
temblando como adolescente por una fragancia. Y ella con ignorante
desparpajo le dice, - Che, ¿salen unos mates en la rambla? -
(Maldita -no le digo nada- que no se entere- por qué tiene que ser
tan única) – Bueno – responde sumiso. Pero cada uno lleva su
mate, ¿eh? Mirá si nos pegamos el bicho.
RE LOCA
Algo
está sucediendo en su hombría. Ella le dijo que le gustaba, que
quería conocerlo mejor. Ella le mandó un mensaje, lo invitó a
tomar un vino. Él no estaba preparado para eso. Siempre tomó la
iniciativa, primero las sopesaba bien, las escuchaba, disfrutaba
sintiendo el impulso del empiece. No le contestó el mensaje, no supo
o no quiso. Y se quedó pensando lo linda que era.
Ella siempre
estuvo como en un escaparate, diciendo no, tal vez, bueno. Le decían
que era ella la que elegía, que el poder lo tenía ella porque podía
optar. Y se lo creyó. Un día se sintió re loca y lo invitó, ¡qué
tanto! Le gustaba, quería saber cómo era por dentro y por fuera,
quería probarlo. ¿Qué tiene de malo?
Él le clavó el visto,
pero nunca respondió. Sintió vergüenza, no le gusto, ¿quién dijo
que las mujeres podemos elegir?
EN CASA
Una
luz te distrajo y dio por tierra con el gris marrón de tus
inviernos. Esos que habitaban tu silencio, esperando malvones de
belleza simple.
El sol te permitió ver los frentes de las
casas, iguales a los de tu infancia. La luz atravesó tu tiempo, tus
vivos y tus muertos, y te roseó la cara. Se te colaron primaveras
sepultadas en pasillos, donde alguna vez te erizó la nuca mi roce
descuidado.
Después se encapotó, detrás de tu mirada, asomó
una nube rancia y deseaste estar en casa. Cerradas las cortinas, se
tornó amigable la humedad del patio, las baldosas reflejaron voces
lejanas más no mudas, voces que pasearon a tu lado, lloraron tus
recuerdos. De tu piel asomaron los vapores, caireles de tu alma,
adornaron tu rostro las caricias, tu boca por mil brisas tan besada.
UN REGALO INESPERADO
Ahora que no hay jazmines en el frente ni parras en el fondo. Ahora que los escalones sostienen otros cuerpos, sólo queda un rastro de ternura. Tenían que decir adiós y les costaba, conocían el camino y a gatas lo siguieron. Cicatrizaron lunas de cerveza y risas, de lágrimas inocentes.
Pensar en los otros, el dolor les ganó el alma. En la esquina se quedaban los focos que iluminaron su mirada efímera. No podían seguir sin terminar, lo inevitable. Sólo retuvieron una pizca de ilusión, un regalo inesperado de la vida. Y amaneció de golpe, no pudieron enterarse de sus propios latidos, o tal vez sí, y por eso mismo decidieron no profanar la pureza del momento inadecuado. Las cosas que valen la pena, son las que dejan brillos permanentes. Y casi sin tocarse, se dijeron hasta la vista, qué suerte, qué macana.
HIJA
Por cada vez que llores, tendré una caricia pronta. Por cada pesadilla, un abrazo fuerte. Por cada miedo un cuento, por cada herida una pomada mágica. Te voy a cantar todo mi repertorio para que duermas, te voy a enseñar a cantar conmigo, mientras se te sale el puré de frutas por los cachetes.
Un abanico gigante para tu sopor, dos ojos y el alma para vigilar tu sueño. Y no estaré tranquila hasta conocer tus mañas, y no voy a rezarle a nadie, ni te voy a inventar un cielo. Hija mía, por cada dedo de tu mano me ganará un milagro, por cada balbuceo tuyo una sinfonía.
Y cuando crezcas, por cada desengaño, tendré una esperanza , por cada dolor, un lugar donde acurrucarte. Te puedo prometer que, por cada cosa que logres o padezcas en la vida, yo estaré, lejos o cerca, celebrando o consolando, según sea necesario.
DEL DOLOR Y LA BELLEZA
Para Miguel Hernández
Por cada vez que golpea la reja tras su espalda, Miguel sangra sus amores desde su pecho enfermo.
En su condena, canta a su niño y a su amada. Triste, desolado el oriolano, por saber de las penurias de su nido y de su pueblo. Treinta años y una lucha por delante, 30 años y la muerte que lo acecha. Miguel no puede ver a su cría cortando dientes, pero los imagina “jazmines adolescentes”. ¿Cuánta ternura en el cuerpo se necesita para dolerse así, para hacer del dolor una matriz de belleza?
Seguro no quiere morir solo y de ojos abiertos y tal vez por eso, Migue Hernández, el pequeño gigante, “sangra, lucha y pervive”, para quedarse con nosotros para siempre.
LA ABUELA
Érase
una vez una abuela con cocoa a la salida de la escuela para sus
nietas. Al jubilarse, tejía como loca, para afuera y para adentro.
Era sabia y generosa, sólo sabía lograr. Mientras tejía con una o
dos agujas, contaba cuentos de princesas y guisantes, de ricos y
pobres. Con las mismas manos que tejía, plantaba su quinta, hacía
mimos y acogotaba gallinas para el caldo. Mientras metía la gallina
en agua hirviendo y la pelaba, le decía a la niñas, ¡una prepara
el alcohol para quemarle los pelos y la otra va preparando el mate
que está por llegar su madre!¡muevan, muevan!
Era
frondosa en sacrificios mudos. Un día su cabeza se voló y andaba
preparando el bolso para irse con Albérico, su amor. La hija lloraba
pero las nietas no. ¡Es mejor así mamá! Borró sus dolores y va a
morir contenta.