jueves, 13 de diciembre de 2012

Parece que fue ayer


Parece que fue ayer que hice y dije, que soñé que haría, que pasaría por allí y luego por otro lado muy lejos de allí. Andaba yo, desde hace mucho, pensando en soñar luego, queriendo mirar eso, empeñada en sembrar para ver las hojas y buscando aguas, siempre aguas. Cantaba yo, cuando iba, y no dejaba de cantar y no dejo. Y luego ese silencio, pausa para redondear vuelos, para trazar el viaje. Cantando entonces para que hubiera sones encendidos que decirle a alguien o a todos quienes quisieran oír. 
Volví muchas veces, aún no habiendo ido. Subí dos escalones y bajé tres y luego subí cinco. Poco tiempo después ya no los contaba. Creo que ni siquiera me habría preocupado por el sentido de los peldaños, pues mientras dura la canción, uno va haciendo trillo. Alguna vez tejí con trama fina y alguna vez trencé con lazo grueso, unos moños con vida y a veces uno suelto, o nudos en los dedos.
Parece que fue ayer, y en realidad fueron muchos, ayeres y mañanas, y martes y febreros. Y ahora sé que a veces dije que haría y otras tantas hice que diría, quién hubiera pensado, yo que dije aquello y luego no lo hice, e hice lo otro, y luego no lo dije. Y tanto para agolparse todo hoy, precisamente hoy, y quién lo hubiera dicho!


Sobre el silencio, un recorte.

El silencio me es muy diverso.
Es paz, soledad y compañía.
Es ausencia y letargo; miedo.
Es tener la cabeza a punto de explotar o vacía, un desfiladero y un punto.
Es el renglón siguiente.
El silencio es el precio que pagamos por la impotencia y es el premio a la vez, por la entrega.
El manda, hostiga, apalea…
Pero también renace, concilia las almas y en esa comunión la vida habla.
A veces el silencio nos desnuda el alma y quedamos expuestos frente al otro, en forma descarnada. En ese momento se encuentran los ojos y salen, aprovechando el silencio, las bocas apuradas. No para hablar si están callando, sí para hurgar, si están buscando. Hurgarse una a la otra, sacando chispas, sacando lustre a la vida. Si los ojos se entienden y los cuerpos se llaman, el silencio es un pacto con el amor.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Pedacitos mal hilvanados


La cabeza a veces se reparte, porque se te mezclan conceptos con nociones, ideas nuevas, cosas recordadas, imaginerías y otros elementos no catalogados, pero sobre todo, palabras, símbolo del dime y te diré, del qué estás pensando quiero saberlo ahora. Porque es mucho más sencillo saber que piensa un cerebro compartimentado, que atisbar lo que siente un corazón desencajado. Y todo sale por la boca y por los ojos, a veces por la nariz, cuando respiras fuerte, o agitado, o suave, vaya uno a saber, depende de la velocidad del aire, la fuerza de expulsión y la resistencia que encuentra fuera de su ámbito.Si hace frío sale vapor, porque adentro del cuerpo hace calor, mientras estamos vivos. Es una buena cosa el calor de adentro, funde y amalgama, a veces hasta logra reconstruir corazones (que quedan como jarrón pegado), atempera pasados trancados en el cuello, libera besos al aire que en el mejor de los casos no se pierden.

Cuando el corazón se reparte, se distrae, se confunde, los trapos que lo unían se despliegan, quedan trozos sin encastre, rompecabezas fallido. Y hay dolor, del centro al costado del pecho duele leve, en superficie, que si lo tocás cede y por momentos desaparece. Estrangulado en la mayoría de sus concavidades, un corazón re-partido está de duelo. No hay sustancia inventada que haga que los retazos se junten como el mercurio, ávida búsqueda de su esencia, maleable, escurridizo, el mercurio. Cada parte del cuerpo tiene historias que contar, cada hombro, cada pié. Cada persona en cueros es una confesión, un temor, una vergüenza, o simple pudor.

El alma es otro tema, que sin duda ya abordamos y volveremos a hacerlo, porque ella como ya sabemos no está quieta y no se ofrece como objeto de estudio. Ella flota, pesa poquito y no obstante, es codiciada y ofrecida como bien de canje, “te doy mi alma”, “dame la tuya”, son solicitudes inviables, la podés tener en vilo pero nunca deshacerte de ella. Se sabe que uno la entrega “como si”, pero minga, no es del todo cierto. Me animaría a decir, que la tan mentada, es nuestra única cobija a veces, cuando puede, claro, porque a veces se le descosen algunos pedacitos mal hilvanados.

Por eso hay que pedirle a la gente y no esperar que la gente adivine, cuánto nos duele ahí, más cerca de la axila o del centro del pecho, explicar con palabras lo absurdo de nuestro pensamiento, la impertinencia de nuestras expectativas, para que otros no anden por ahí consiguiendo repuestos genéricos, que después hay que andar “atando con alambre”, mejor seamos específicos, no procuremos gente ilesa, no la hay. Pero en cambio podemos encontrar, alguien con hilo, incluso de colores, otros con retazos cuadrillé, puntillas varias, en fin, hay que ponerle ganas a esto de rearmarse y reinventarse. Ve por un bastidor para hacer flores de punto cruz y ballenitas en tu espalda, para embellecerla y cuando él la mire, piense, arrobado, qué bella es y cuánto esmero puso en acicalarse.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Pechos de siembra


Lo que se siembra en el pecho, allí mismo prende. Lágrimas, sudores, besos, todo prende, independientemente de la estación del año. No creas que por ser primavera florecerá más, nada de eso, las simientes de amor en el pecho, hacen raíz rapidito y se aquerencian aunque haga frío. Porque los pechos son almácigos ebrios que ya saben de risas y llantos, antes de que se produzcan, están preparados para eso desde el principio. Un niño duerme en el pecho de su madre, la tierra se afirma, las raíces nunca se separarán del todo y aunque lejos, aún se nutrirán un poco allí, cuando sea necesario. Una mujer se recuesta en el pecho de su amante, y deja allí la marca de su perfil, tallado en rocío, alimentado de sol y luna, y de corazón que late. Por eso digo y siento, que el pecho es un lugar sagrado, allí pasan cosas importantes, definitivas. Allí la angustia hace nudo y duele, allí la alegría hace gorgoritos y explota de luz... Si, que nunca nos falte, un pecho claro donde reposar el silencio de tantas noches cansadas.