El alma no tiene lugar fijo, desde hace
años se trata de encontrarla, de saber cuánto pesa, de calibrar su
tamaño. Yo creo que es algo más complejo, que no se mide y menos se
ubica. El alma es desubicada de nacimiento y no siempre te pertenece.
Una madre que mira su hijo tiene el alma en los ojos, un amante que
besa, la lleva en los labios. Si algo te desploma, “se te cae a los
pies”, y si desesperas te queda “en vilo”. Como ven, no
resiste el análisis pensar que está quieta.
Puedes armar por ella una corola de
atardeceres mirando nada, los ojos puestos en el mar y el aliento
retenido como dando empujoncitos al aire, y sin embargo, no podrás
agotar la lista de sus componentes.
El alma nómade no detiene su paso,
migrante y sin cautela, a veces se abandona, a veces se da entera. A
veces parece que se saliera del cuerpo, y es el corazón que late
rápido. Cuando él da un vuelco, descubrimos que la tan mentada, en
realidad es todo, es víscera y pensamiento, es sentido y sinrazón y
se la encuentra fácilmente en todos los dondes y los cuandos, aunque
a veces se esconda, de puro miedo y haga de cuenta que no está.
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