Si te
enmudece la ira, sal a la calle. No le permitas quietud, avanza contra ella en
un mar de preguntas. Por qué vienes? Quién te trae? Qué razón defiendes? Ella tendría
que saber, tendría que poder decir donde tiene las raíces, comprobarás que no
sabe y no responde nada. Es engañosa y confusa, te remueve el alma y la evapora
un poco, con su calor de rabia. Hay que tomarle los puntos y hacerlos
suspensivos. Una receta infalible: Descomponer la llama en pequeñas chispas.
Sí, tal cual. De esas que no queman nada, que son pura bulla. Porque si te
descuidas, con su tenacidad de araña, envuelve todo lo que sale a su paso,
teje, en doble línea va entrampando las partes de las cuales se componen tus
cosas. Juega con tus portones la telaraña lista para la cacería. Y caza, caza
sinceridades y caza besos. Es una predadora, no lo olvides! Te deja especulando
odios, sinsabores, trastos viejos. La ira no repara nada, es descuidada y
maligna. No sabe dar consejos, no está para eso, dice. Ella sólo viene cuando
hay que rematar algo, un pensamiento o un sentir, una vuelta de la vida. Usa su
fuerza contra ella, se quedará pasmada, sin saber nada, ni de donde vino esa manta paz que la va cubriendo hasta apagar su llama. Hay muchos lugares
donde encontrar con qué tejerla, la manta. Hay fibras de calma en cada hoja, en cada
planta, en un abrazo, en dos palabras, por la vereda de tu casa. Si sigues
caminando un poco, hallarás más fibras, es seguro. No hay que comprarlas ni
mandarlas hacer, ya vienen prontas para disipar rabias. Busca en tu manojo de
recuerdos, déjate mojar la cara. Tararea una canción, eso la mata.
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