Versos en
servilletas, en el fondo del cajón. El escribe en el bar mientras la
mira. Ella escribe en el bar mientras lo espera. Testimonios de amor,
cómplices de encuentro y desencuentro.
Pueden pasar muchos
años, puede el papel amarillear, pero esos versos, mantienen su
fragancia. Es cierto que algunos no llegaron, por no decirle, por no
animarse, arrugados en el bolsillo, en ascuas, perdidos para siempre.
Pero otros si, que cuento las horas para verte, que la oficina es una
tortura, que qué no daría yo, que cómo la vida me sorprende así...
Papeles que te
regalaron un tiempo del otro, ese que pasó pensando en ti. Dolor
cuando no se entera, de eso tan hermoso que estaba escrito allí. No
hay peor destino para el verso amante, que no ser leído por quien lo
inspira, es la pérdida, el desconsuelo, la página vacía.
Si tus palabras
cayeron en desgracia, que no te quiten la belleza de haber puesto, en
un trozo de papel, hace ya mucho, un brillo de tu alma, sólo un
destello. Que siga palpitando cada estrofa con tu vida, para poder
decirla cuando quieras, cuando la noche avanza.
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