Como una abrazadera
ajusta la garganta, la palabra que no sale por no dicha. Tanta palabra ahogada
en unos ojos. Yo siempre quise que las miradas hablaran, pero ahora comprendo
que no todo el mundo lee miradas. Es un lenguaje que se aprende con mucho ver dentro
de otros, con mucho conocer almas, con ganas de entender. Si no hay de eso, no
se leen. Al humano a menudo se le pasa desapercibido el buen mensaje, la
palabra escondida, el susurro que acompaña unos ojos que sonríen. Por distraerse, por ir mirando para afuera y
perderse los adentros. Pasa mucho cuando te miran sin verte, pensando cosas,
otras cosas que no son vos ni tus palabras. Pasa cuando la persona, estragada
por unas penas, reconcentrada en si misma, pierde la sonoridad de la vista.
Y es todo un
tema, porque el que no dice se queda sin remedio, por pretender absurdamente un
avatar que no es posible, que no le sale fácil a la gente.
Me gusta
pensar que no es pobreza de espíritu, sólo proteccionismo emocional, porque en
definitiva, quien sólo ve sus palabras, queda más conforme con esa versión de
los hechos. Padece menos incertidumbres y por falta de intensidad, se cansa
menos. Me pregunto qué se pierde? ... Creo que algunas migraciones del alma,
algunos entendimientos y saberes, que sólo habitan las miradas de otros y otras
que no son uno.
Se puede
perder una palabra de amor apretada en dos pupilas, muchos besos incipientes...
se puede perder un sentir completo.
Será
entonces mejor decirlo todo? No, no lo creo. Los decodificadores de miradas existen,
por qué pedir menos?
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