El lugar de la tristeza es el
costado del cuerpo.
Claro
que no está sola, a veces la opacan unos brillos que te alisan el
rostro, te erizan la piel y el alma. Momentos, en los que las demás
emociones se apretujan para poder estar todas a la vez sacudiéndote,
armando escándalo, porque así son ellas, puro movimiento dentro de
tu cuerpo que late.
Cuando
eso pasa, la pena se agazapa esperando jugar su papel, sabe que de un
momento a otro, volveremos a ella.
A
veces se desdobla y camina a nuestro lado sin tocarnos. Pero nunca se
va lejos, confía en sí misma, sabe que en cualquier cruce la jugada
será suya. Ella es poderosa porque ni el amor la desbanca, ni la
alegría ni el placer, ni la ternura.
No
tiene una distribución normal en la vida, porque como toda emoción,
hace lo que quiere. No pide permiso, es irreverente, no se le dan
bien las normas ni los límites.
Lo
mejor que podemos hacer es respetarle su papel, dejarla expresarse y
calibrarla, porque si la dejamos hacer, sola va gastando su fuerza y
perdiendo la partida con otra, de las tantas y tantas que nos
habitan.
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