jueves, 29 de marzo de 2018

El tiempo no hace ruido


El tiempo no hace ruido cuando pasa.
Recorro mi distancia a puntos anteriores,
tal vez por atrapar migajas de mi historia.
Y es un pasar callado, de muchas historias que tejieron,
los caminos de ida, las calles y las plazas.
Creo conocer esa distancia de cabo a rabo,
pero no es igual cuando la miro y siento.
No puede ser igual porque son otros ojos los que miran,
como otros son los caminos de vuelta.

Hay tramos enteros y tramos que ralean, no es parejo.
Están revueltas y mezcladas las hojas de un otoño con otros.
Tantas veredas transitadas, suelas gastadas, tanta distancia.
Imposible saber, en ese o este punto, cuál era justo aquella hoja.
Se puede solamente, soplar hoy las hojas de este otoño,
y confiar en que van a saber dónde les toca.
Y mirar adelante una distancia nueva, con otros puntos,
con visitas pendientes, con caminos de ida,
con lustrosos minutos pasando calladitos,
en el estruendo de la vida.

El tiempo no hace ruido cuando pasa, es la vida que alborota,
ella es la responsable -entre otras cosas- del entrevero de hojas.

viernes, 16 de marzo de 2018

De pasada


Me queda de camino. Justo habitando el mismo tiempo, es una pena no compartir espacio. No me refiero a todo, tan sólo un retazo, el piso del comedor, un pedazo de vereda, la mesa de un bar, el mate en el balcón. Nacemos, vivimos y morimos, todo en un rato. Yendo y viniendo, marcando tarjeta, cuidando las crías, aprovechando el sol. Nos mojamos con el agua cuando llueve, nos abrigan las mismas lanas, nos duelen los mismos cortes. Y no hay vuelta, sólo una cosa nos sana, el amor. Trabajar con amor, rezongar con amor, aprender con amor.

En serio me queda de pasada, no lo digo por compromiso. Me tiro hasta tu espacio en este tiempo, porque no hay otro después. El que cuenta es éste momento que te cuento. Hacerse un tiempo, eso necesita el animal humano, para contar chistes, para hablar de lo que es bueno y lo que es malo, para festejar los logros y llorar las pérdidas. Tiempo y espacio compartido para rascarnos las pulgas, para salir de paseo con lo puesto, para mirar el cielo y decir “¿Vos viste cuántas estrellas?”.

Es genial mirarse la punta de los pies, pasarse la mano por la espalda y sentir el alivio. Está bueno pensar en cosas triviales y reírse de uno mismo. Y reflexionar sobre el ser y la nada y todo eso.
Pero después del solaz de estar conmigo, me gusta que me digas “No puedo creer que seas tan pelotuda”, “Pero qué lindo lo que hiciste”, “Vos te fijaste en todo lo bueno que tenés”, y así.
Porque para darnos cuenta de que somos tan geniales como papafritas, se necesita de alguien que mire y diga, en nuestra cara, lo mucho que nos quiere, lo mucho que todavía tenemos por hacer.

A mis amigas y amigos, a la gente loca que me quiere, les escribo esto con alegría, con dolor en el cuello, toda despeinada y en ropas de entre casa. Estoy justo pasando por esta vida cuando están ustedes, mejor es fantasía.


lunes, 12 de marzo de 2018

Pieles


La memoria de la piel no se pierde. Se recambian las células, el color, la textura, el volumen, pero la memoria celular permanece. En toda la superficie, están vivas las caricias y los abrazos, los besos. Las manos de abuela haciendo cruz en la panza para sanar el dolor. Los brazos de madre espantando un mal sueño. Las caricias de bebé, desde adentro y desde afuera. La piel amada, elegida para tocar, el toque de esa piel, de todos los lados posibles.
Se ensancha, se tensa, vuelve al sitio, se traslada, la piel viva nunca está dormida, aunque esté en silencio. A veces grita, a veces mece, otras duele. Abriga y protege, se rasga, soporta cambios de temperatura, golpes, moretones y también alivios. Y de todo se acuerda, de pieles conocidas, de aquellas veneradas, de otras fugaces. Y permea, nos deja transformarnos mucho más allá de la superficie. Porque la caricia se cuela hasta el alma y salpica la sonrisa. El alcance es incalculable, geográficamente hablando, porque no es decir “toco acá” y que se alegre ese pedacito, no! Se propaga por el cuerpo y se abre camino hasta el corazón. Porque eso tienen las pieles, que disfrutan de conversar con otras, se cantan, se ronronean. Es que sin otras, sin posibilidad de cercanías, un ser humano se convierte en piel rellena, no en persona.
Hoy que miro mis manos no tan lisas como antes, piel curtida, me da por agradecer a esas otras pieles que me han hecho quien soy y me permiten decir lo que digo, desde el amor de mis dedos.