lunes, 12 de marzo de 2018

Pieles


La memoria de la piel no se pierde. Se recambian las células, el color, la textura, el volumen, pero la memoria celular permanece. En toda la superficie, están vivas las caricias y los abrazos, los besos. Las manos de abuela haciendo cruz en la panza para sanar el dolor. Los brazos de madre espantando un mal sueño. Las caricias de bebé, desde adentro y desde afuera. La piel amada, elegida para tocar, el toque de esa piel, de todos los lados posibles.
Se ensancha, se tensa, vuelve al sitio, se traslada, la piel viva nunca está dormida, aunque esté en silencio. A veces grita, a veces mece, otras duele. Abriga y protege, se rasga, soporta cambios de temperatura, golpes, moretones y también alivios. Y de todo se acuerda, de pieles conocidas, de aquellas veneradas, de otras fugaces. Y permea, nos deja transformarnos mucho más allá de la superficie. Porque la caricia se cuela hasta el alma y salpica la sonrisa. El alcance es incalculable, geográficamente hablando, porque no es decir “toco acá” y que se alegre ese pedacito, no! Se propaga por el cuerpo y se abre camino hasta el corazón. Porque eso tienen las pieles, que disfrutan de conversar con otras, se cantan, se ronronean. Es que sin otras, sin posibilidad de cercanías, un ser humano se convierte en piel rellena, no en persona.
Hoy que miro mis manos no tan lisas como antes, piel curtida, me da por agradecer a esas otras pieles que me han hecho quien soy y me permiten decir lo que digo, desde el amor de mis dedos.

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