Me queda de camino.
Justo habitando el mismo tiempo, es una pena no compartir espacio. No
me refiero a todo, tan sólo un retazo, el piso del comedor, un
pedazo de vereda, la mesa de un bar, el mate en el balcón. Nacemos,
vivimos y morimos, todo en un rato. Yendo y viniendo, marcando
tarjeta, cuidando las crías, aprovechando el sol. Nos mojamos con el
agua cuando llueve, nos abrigan las mismas lanas, nos duelen los
mismos cortes. Y no hay vuelta, sólo una cosa nos sana, el amor.
Trabajar con amor, rezongar con amor, aprender con amor.
En serio me queda de
pasada, no lo digo por compromiso. Me tiro hasta tu espacio en este
tiempo, porque no hay otro después. El que cuenta es éste momento
que te cuento. Hacerse un tiempo, eso necesita el animal humano, para
contar chistes, para hablar de lo que es bueno y lo que es malo, para
festejar los logros y llorar las pérdidas. Tiempo y espacio
compartido para rascarnos las pulgas, para salir de paseo con lo
puesto, para mirar el cielo y decir “¿Vos viste cuántas
estrellas?”.
Es genial mirarse la
punta de los pies, pasarse la mano por la espalda y sentir el alivio.
Está bueno pensar en cosas triviales y reírse de uno mismo. Y
reflexionar sobre el ser y la nada y todo eso.
Pero después del
solaz de estar conmigo, me gusta que me digas “No puedo creer que
seas tan pelotuda”, “Pero qué lindo lo que hiciste”, “Vos te
fijaste en todo lo bueno que tenés”, y así.
Porque para darnos
cuenta de que somos tan geniales como papafritas, se necesita de
alguien que mire y diga, en nuestra cara, lo mucho que nos quiere, lo
mucho que todavía tenemos por hacer.
A mis amigas y
amigos, a la gente loca que me quiere, les escribo esto con alegría,
con dolor en el cuello, toda despeinada y en ropas de entre casa.
Estoy justo pasando por esta vida cuando están ustedes, mejor es
fantasía.
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