lunes, 20 de enero de 2020

Soledad




A veces la soledad se intuye, a veces es certeza absoluta.
Hay una soledad que me apacigua. Está llena de imágenes, de sonidos, aromas y texturas. Sólo a veces me apabulla, y entonces voy en busca de una soledad de diciembres y jazmines, la de la infancia. O de la de bailes y novietes, la de la adolescencia, por poner un par de ejemplos, hay más, por supuesto, siempre hay viejas  soledades que visitar.
A veces la cuelgo en el perchero y atesoro compañías y comuniones, risas y llantos compartidos, porque de eso se nutre la soledad que vendrá después, la que apacigua. Y voy por ahí, mirando nada y le veo asomar una pizca por el cierre de mi bolso. Es que es una pícara que se prende como imán aunque la dejes colgada, un pedacito al menos, siempre sale conmigo. No es adrede que lo hace, es que no puede estar sin mí, pierde el sentido. Yo la entiendo, meto el pedacito en el fondo del bolso y con dulzura le digo, ahora descansá, no te necesito, quedate ahí hasta que yo te avise.