Quietas, al
lado del cajero están las vías. Los durmientes se adivinan bajo la piedra gris,
suelta y despejada. Esperan el tronar del ferrocarril. Y yo me quedo mirando, adivinando
un ruido, una señal. Los que van para Las Piedras están de fiesta. Yo pienso
que cuando pase, me voy a tomar el tren hasta Sayago, sólo para mirar por la
ventanilla y escuchar el traqueteo atareado de los vagones. Mi infancia, los
viajes a Tacuarembó a ver a mi abuela, sirena esperada, pileta empotrada en la
pared... y las literas donde no es posible dormir sino mirar la noche, soñar
despierta, con ansias de cometas del tío Luis, con el sabor del dulce de leche
de la abuela Tea. Tan lejos en el
tiempo, tan cerca en mi memoria. Mi madre, mi hermana y las valijas... la calle
Doctor Catalina y el fondo verde, recuerdo el silencio de la siesta y poco más,
era demasiado pequeña. Pero el tren, ah! El tren se quedó por siempre a detonar
nostalgias.
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