viernes, 15 de enero de 2010

Yo miré con desconfianza la mirada hacia el armario (la consigna de Ro)


Candelaria no podía hablar, por lo menos con la boca. Ella hablaba con los ojos. No todos la comprendían, claro está que hay que conocer muy bien a alguien para adivinarle la mirada, aunque a veces se dan procesos mágicos donde la gente mira y entiende de una vez, lo que los ojos del otro dicen. No me quiero ir de tema, pero yo conozco gente que sabe desde siempre, o tal vez sea que hay ojos más transparentes que otros y entonces es relativamente fácil encontrar lo que se esconde detrás de las pupilas.
Como decía, Candelaria en sus diez años de vida, nunca había pronunciado una palabra, ella oía, estaba claro porque si no, no era posible que sus ojos hablasen, no habría conquistado nunca esa rara habilidad. Para quienes la rodeaban, los efectos eran desparejos. Su padre, lloraba en silencio porque no lograba ver en los ojos de su hija, más que ternura y aunque eso era muy bello, no le alcanzaba. Los hermanos mayores se habían resignado a distinguir cuatro o cinco “estados de ojos” que caracterizaban a Candelaria: “alegre”, “triste”, “confiado” y “asustado”. Últimamente, “asustado” era el más frecuente.
Su madre en cambio, podía más, podía limpiamente “leer” los ojos de su hija. Se le reveló la posibilidad cuando Cande cumplió los cuatro años, se nota que le llevó todo ese tiempo construir su abecedario de ojos. La verdad era que la madre nunca supo el momento exacto en que empezó a entender y traducirle al padre y hermanos el lenguaje de la nena. (Eso en ocasiones, aunque parezca mentira, irritaba a Tomás, el del medio, por celos acaso, no se sabe bien con estas cosas).
Ella miraba a su hija y le venían las palabras, sueltas, la mayoría de las veces sin artículos, los verbos sin conjugar, otras palabras inventadas. De a poquito se fue haciendo una composición de lugar, y aprendió el “dialecto”.
Tomás era chico para ser grande y grande para ser chico, tal vez por eso tenía sentimientos encontrados, propios de la adolescencia, a veces mimaba a su hermana menor y le leía historias, a veces le enseñaba pasos de baile y hacía que los ojos de ella brillaran en estado alegre. Otras veces en cambio, no sabía cómo, se le venían encima los demonios y la asustaba, le decía que en distintos lugares de la casa se ocultaban fantasmas, almas en pena y animales peligrosos. En el hueco de la escalera, debajo de las tablas del piso, en el entresuelo (que era muy poco profundo pero cabían allí alimañas tales como ratas o comadrejas por ejemplo), en realidad él se asustaba más que ella, ya hubiera querido que “esos pensamientos” no le acudieran.
A mi me llamó la madre porque Candelaria un día se quedó mirando fijo el armario de la cocina y sus ojos pasaron a un estado asustado permanente. Pero eso no era lo peor, lo peor era que los ojos de su hija ¡no le hablaban! Ahí fue que se desesperó, la nena asustada y ella impotente, y nadie que la ayudara… Yo llegué a la casa a eso de las cinco de la tarde, ni los hermanos ni el padre estaban en casa, sólo madre e hija, congeladas ambas, la niña con los ojos fijos en el armario, la madre sentada a su lado, rodeándola con los brazos con un desasosiego contagioso, lo percibí de inmediato al llegar, el miedo y el desasosiego a mi me resuenan en las entrañas, los capto con dolor. Me llamaron para que yo develara el misterio, ¡menuda tarea!
Lo primero que hice fue revisar la mirada, en realidad, a pesar de que Candelaria no tenía fama de mañosa, yo miré con desconfianza la mirada hacia el armario, simplemente por deformación profesional, tenía que sopesar si el miedo era de veras o si simplemente se trataba de un estado de trance o algo semejante, cosa posible en almas complejas como la de ella. Y menuda fue mi sorpresa, el miedo era tal, que se me estrujó el estómago, con un espasmo tal que tuve que tomar agua y sentarme, masajeándome la barriga. Definir la estrategia, me dije, primero que nada abrir el armario, para descartar que hubiera allí algo extraño. Me paré y fui derechito a tirar de las manijitas, pero algo me detuvo, mis manos no respondían las órdenes del cerebro y se quedaban ahí, suspendidas en el aire, las podía ver, desobedientes, no se movían. Entonces me di vuelta de golpe, porque no hay nada que me moleste más que un reto y más si viene de una mocosita, porque era ella la que me tenía las manos paralizadas, no tuve dudas. Esta niña decididamente es mágica, pensé, y hay mucha rabia en su interior, un volcán contenido, concluí que ella inducía a las personas a actuar de determinada manera, según su aire. Hice muchas preguntas a la madre y así me fui enterando del dolor del padre, de la resignación del hermano mayor y de los celos e inestabilidades de Tomás. Después de analizar todo, tejer ideas e ir atando cabos sueltos, me di cuenta… Es ella le dije, no está en el armario lo que asusta, está dentro de ella, a veces se lo pasa a Tomás y lo hace parecer malo, pero él no es malo, sólo es débil.
¿Pero ahora qué hago? Dijo la madre rompiendo a llorar… la miré respirando con dificultad porque a mi la tristeza me cierra el pecho, y le dije que esperara, que me dejara pensar, yo tampoco tengo solución para todos los problemas del alma…
Estuve analizando la información recabada, la historia de Candelaria y sólo encontré una explicación posible, estaba asustada de si misma, y eso la paralizó. Tenía tanto miedo de sí misma que puso en el armario un fantasma y se puso a mirarlo a ver si desaparecía. Yo le dije a la madre: dejala, no le saques los ojos de encima y quedate cerquita de ella todo el tiempo que sea necesario, estoy segura de que se le va a pasar, porque es la edad, ahora empieza a entender de otro modo, con artículos y verbos conjugados, ahora empieza a distinguir lo bueno de lo malo y vas a ver como en poco tiempo la tenés con mucho más de cuatro estados posibles, se va a curar sola cuando aprenda a distinguir entre la fantasía y la realidad, eso corre por cuenta de la vida. No me preguntes cuánto va a demorar, eso no lo sé, sólo te digo, tené paciencia, no hay nada que puedas hacer, ella está creciendo.

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