domingo, 10 de enero de 2010

Ay de quien permita que le digan vegetal!! (la consigna de Lau)


Damián había tenido una vida plena. De niño conoció el mar y la pradera. Se crió en un hogar con muchos hermanos. Su padre trabajaba incansablemente como Médico rural y todos en el Pueblo e inmediaciones lo respetaban. Su madre, le enseñó a sus hijos a amar la tierra. Ella cultivaba todo lo que después comerían en familia, hasta la fruta. Criaba gallinas y hasta tenían una vaca que siempre tenía ternero que amamantar y leche de sobra para toda la familia. ¡Qué delicia la nata que se formaba después de hervir la leche, una vez fría! Se peleaban por mojar el pan en la nata y la madre andaba a los manotazos para que algo le quedara en pie para su repostería. Damián aprendió a ordeñar a los 8 años y era el “oficial de ordeñe”, se levantaba antes de las 6 de la mañana sin protestar y antes de ir a la escuela, cumplía con orgullo su labor. El ordeñe de la tarde correspondía a Joaquín, el mayor. Todas y todos tenían tareas, con los pollos, recogiendo huevos, juntando fruta y cosechando tomates y lechugas. Las frutillas eran potestad de la madre, nadie se entrometía. La fiesta de los domingos era salir en patota rumbo al mar, hiciera frío o calor, había picnic con mantel a cuadros y exquisiteces alternadas con juegos y refuerzos de mortadela y arena, delicia! Creció rodeado de amor, vigilando a las hermanas más chicas, ayudando a sus padres siempre que sus estudios lo permitían. Iban a la escuela a caballo y eso era libertad!! El cabello al viento, de a dos por pingo, cuidándose unos a otros…
Así se hicieron hombres y mujeres fuertes, con un conocimiento profundo del valor de la tierra y las bendiciones de la naturaleza y un amor incondicional por la vida. Joaquín fue el primero en casarse y hacer “rancho aparte”, pero cerca, no sea cosa que se pierda el hilo de cristal que lo unía a su familia. Se trajo la mujer desde el pueblo y la adoptaron de inmediato, igual que a sus cachorros que llegaron uno tras otro como botón de chaleco.
Damián no sabía si quería casarse hasta que un par de ojos le abanicaron la cara en una kermés a beneficio de la escuela. Se llamaba Flor y en realidad lo era! Era suave y aterciopelada, colorida y aromática, no había lugar a duda, era la flor que Damián nunca sospechó cosechar. Cuando se miraron, se abrió el cielo y quedaron cegados el uno por el otro, él le dijo: “No sabe cómo me cambia la vida mirarla a Usted” y ella bajó los ojos pero no le salió nada. Recién después de unos minutos tomó coraje y lo miró a los ojos con determinación, su boca se ensanchó en sonrisa y respondió: “Y usted no sabe que mi vida empieza en este mismo momento”. Todos festejaron ese amor, un amor fulgurante como el rayo en descampado. Sus años juntos trajeron cosechas nuevas, conservas iguales a las de madre y dulce de leche casero, él no quiso seguir estudiando, quería campo y caballo y siembra…
Ellos se encargaron de agrandar la familia con 3 gurisitas en escalera, bellas como la madre, serias y fuertes como el padre.
El primer gran dolor de Damián dolor fue la muerte de su padre, en forma prematura, sin poder disfrutar de todos los nietos que faltaban por llegar. Pero Damián tenía un equipaje lleno de alegrías y caricias que le permitieron encarar el dolor con fortaleza. Cuando creía haber superado el duelo, la vida dio un respingo y un vuelco irreversible… un camión asustó a su caballo y el jinete rodó enredado en el pingo con muy mala suerte, tal era el susto de ese animal que se deshizo de Damián a punta de cascos y salió corriendo dejando muy malherido al hombre. Tardaron horas en encontrarlo, inconsciente y muy lastimado, sus hermanos y su mujer comprendieron que había poco por hacer. Lo llevaron como pudieron hasta la camioneta y de allí volando al pueblo, no había ambulancia, había que llevarlo a la capital departamental, Damián no tenía tiempo, pero no había otra. Llegaron entrada la noche al Hospital. Los médicos hicieron lo que estaba a la mano,
Si sobrevive - dijo alguien - va a quedar como un vegetal. Joaquín quiso pegarle al fulano, vociferando “Ay de quien permita que le digan vegetal, hijo de puta!!”
El azar hizo que Carolina, de 6 años, la mayor de las nenas de Damián y Flor, escuchara todo, todito… No entendía la furia del tío, no entendía por qué lloraba su madre y su abuela. Se coló en puntas de pié en la habitación donde estaba su padre conectado a un respirador, lo miró con ternura y le dijo:
 Papá, no sé que pasa afuera, mamá llora y el Tío Joaquín está enojado. Yo creo que lo que dijeron es bueno, vas a ser un vegetal, vas a estar lleno de vida por dentro aunque solo te muevas si el viento lo quiere, te vamos a cuidar y dar agüita, te protegeremos del frío y seguro pronto, prontito florecerás y te tendremos de nuevo como antes.

No se sabe si la lágrima que corrió por el rostro del padre fue voluntaria o refleja, pero allí estaba. Si escuchó a su hija, seguro lloraba de orgullo.

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