lunes, 24 de enero de 2011

De luna y desatinos

El hombre quería preguntar a la luna “¿Es acaso un desatino enamorarse de la forma equivocada?”. Es probable que la luna supiera de antemano la pregunta, y avergonzada por no tener respuesta, fuera a esconderse al abrigo de las nubes. Tan escondida estaba que por más que el hombre miraba y remiraba, no la podía encontrar. La pregunta se quedó trabada entre sus labios, le escocía, se le iba para adentro y chocaba con sus dientes con un suave tric tric, ruido de pregunta rebotando…


Lejos de allí pero en el mismo momento, una mujer mira el cielo y no comprende, ¿cómo brillan tanto las estrellas si no hay luna? Porque ellas brillan cuando el sol quiere y la luna las deja. No comprendía nada por ignorar el resto, de lo que acontecía entre el hombre y el cielo. No sabía de la pregunta y andaba distraída buscando nubes y las nubes hacen ruido cuando es noche. De lo contrario, uno que ande por ahí desprevenido podría pensar que las nubes no están cuando está oscuro, y eso no es cierto. Y bueno, con ruido de nubes, es imposible escuchar preguntas que no han sido pronunciadas.

El hombre se calló, quedando cabizbajo, se dijo “¿por qué a mí?” y siguió caminando. Iba despacito como quien lleva peso, con la boca cerrada por no poder besar, con la frente sin luz, por eclipse lunar…

La mujer, que hacía poco había visto de refilón a un hombre que la miraba, alzó los ojos una vez más, antes de entrar a la casa a olvidar desencuentros. Y ni bien se durmió, un sueño vino a entretejer desvelos. Veía clarito al hombre, sesgado por la sombra, que la miraba dulcemente y con arrobo, a la vez que preguntaba en silencio, con un nudo apretado amordazando el pecho… “¿Es acaso un desatino pretender tus besos?”

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